jueves, 28 de julio de 2011

Vives peor.
Se cansó de hablarle a la noche, las moscas no la escuchan. Sus lamentos se pudrieron en el oído de su amada y su pequeña. Tan amada y tan pequeña. Pequeño el amor, carajo.
Vive peor.
No cierra los ojos de noche. No puede. Arrugas de sobra, amor de menos, malas cuentas, pésimos aliadas, y todo saló mal. Potencia al cuadrado de un amor mal gastado, por su muy amada y muy pequeña. Pequeño el amor, mierda.
Vive así.
Como puede y sin más. Como no quiere y sin menos. Ni más, ni menos el dolor, sólo el justo y necesario, valor proporcional a la cosas que tiene esta vida. No hablamos de nada, hablemos de todo. ¿De todo qué? Carajo Anda hablale vos a la vieja, explicale. Explicale el todo del dolor que le duele. No seas cobarde.
Vive, ahora.
Vive ahora. ¡¡Mientes!! Porque no vive ahora. Vivía hasta la hora de su tan amada y tan pequeña; vivía hasta que se olvidaron. Vivía hasta hace un rato. Tan amada y tan pequeña: ¿Viven? La vieja vive, vive en su mierda. ¡Putaparió! Vive en su miseria ¡Putaparió!. Dejen de matarla en la mierda ¡Putaparió!
Tan amadas, tan pequeñas.
No vive.
La vieja no vive. El corazón no le ama más. Los ojos no le ven, el oído no le escucha, la lengua no le siente, el tacto no le percibe. Nada de nada. ¡Mierda! La piel, la piel se le arruga. La piel todavía le llora.
La vieja no vive. Tan amadas, tan pequeñas. Pequeño el amor, CARAJO. 

miércoles, 6 de julio de 2011

Tras la dama de rojo

La nada se filtra; está entrando por cada rincón. El gato duerme, no se da cuenta de que está siendo invadido por el tentador, seductor, casi dulce, veneno de la nada. El enorme batallón de minúsculos soldaditos, corre sin que nadie se percate de la invasión. Se esconden en los rincones: bajo la heladera, tras la foto de José y María, que se sonríen tiernamente, escondiendo tras de sí al macabro enemigo; se esconden bajo las almohadas, ansiosos por inundar a la victima, llenarla de ellos; se cuelan; se escabullen por los orificios, por los poros de la piel, ya ni siquiera se puede confiar en que esta los detenga. Van entrando. El cuerpo se va llenado..
Se siguen filtrando, nada sucede.
Aquel desdichado ni siquiera se da cuenta de su propia muerte, se empeña en sonreír, está encaprichado en sentir algo, y aunque se da cuenta de que es imposible, el tonto culpa de todo al estrés, quizá al trabajo, hasta llega a creer que la discusión de la noche anterior con su mujer es la culpable.
El muy estúpido sigue andando, ya casi está muerto, su cuerpo no emite calor, ya no existen las sonrisas, ya no recuerda lo que es llorar, sólo tiene un vago recuerdo del mes anterior cuando discutió con su mujer, esa fue la última vez que lloró.
Pobre crédulo, piensa que todavía sigue vivo.
La nada ya lo ha dominado, ahora es dueña y señora de su cuerpo, ya no se puede hacer nada; el insomnio lo tortura, Y él sigue preguntando: ¿por qué?. Ve pasar su vida, como un pobre y gastado tren, que cada vez viaja mas desolado; que repite una y otra vez los mismos rieles es busca de una inocente desviación.
Y el infeliz intenta seguir sonriendo, ¿acaso no se da cuenta de que es una causa perdida?, pero pobre, sólo intenta sentirse vivo, se aferra a ese complicado deseo, trata de no sentirse tan vencido.
Se levanta un día, con la ilusión de un transcurrir menos normal, se viste con esa chispa de ingenuidad en su cara; desayuna creyendo que quizá hoy el tren pueda desviarse.
Sale a la calle y las encuentra, ahí están, sentadas en la parte trasera de su auto, ansiosas por mostrarle el camino; ellas sonríen tiernamente, como si fueran amigos ancestrales.
Él sube al auto y pregunta con esperanza:
-¿A dónde vamos hoy?-
-A donde siempre cariño-contestan.
Y en ese momento lo recuerda.
Aquella noche que peleó con su mujer, ella le reprochaba algo, sus palabras ahora sonaban demasiado claras: “Esa, esa. Vete.  Andate con  ESA ¿Desde cuándo estas con ella?”; y ahí estaba él, sintiéndose culpable de no sentir nada, poniendo su mejor cara de mentira, masticando sus más crueles palabras de macho, tomándose la cabeza con las manos tratando de parecer desesperado , sentado en el borde de la cama donde aquella noche “Esa” traspiró, gimió, durmió.
Recordaba cuando le abrió la puerta de su casa, y “Esa” vestida de rojo entró, sintiéndose vencedora. Fue ahí. En ese momento exacto. Él permitió que ellos entraran, él rasgó las paredes para que ellos avanzaran, él les ofreció sus sábanas para que las inundaran, él les abrió paso esa noche. Aquella noche, detrás de “Esa” entraron el tropel de soldaditos de la nada.
Ahora lo recuerda, y está ahí, conduciendo en busca de otro tropel, va en busca de un nuevo ejército al cual transportar con los demás. Él mismo va a buscarlos, los traerá ese contenedor tan llamativo y vestido de rojo, al que es adicto desde aquella noche. Sólo eso es lo que “Esa” puede darle ahora: mas NADA. Es que aquella noche el firmó el convenio y no leyó la letra chica: “Satisfacción a corto plazo”, ahora es inútil reclamar.
Y él, insomne, ciego, carente, sólo conduce, ya le falta poco para llegar, casi cinco cuadras y de nuevo estará en frente del cartel que grita: “Distribuidor municipal de soledades”, o prostíbulo. 
Ya llegaron, entonces ellas ríen, saben que él está en sus manos, después de todo son ellas las que comandan el ejército. Rutina y soledad. 

martes, 5 de julio de 2011

Ese calor, sólo detenlo.

Y si supieras que tu calor me agobia.
No entiendo por qué lo niegas.
¿Podrías detenerte?
Por favor, detente.
Mis pulmones se llenan de algo, 
ya ni siquiera sé de qué.
Mi cabeza reclama: ¡Invierno!
Algo en vos me desespera.
Nunca puedo superarlo.
Por favor, detente.
El calor es dulce.
No, ¿que estoy diciendo?
El calor aniquila.
Por favor, detente.
¿Que más pretendes tomar?
Las mariposas ya han muerto,
mi estómago está, ahora, vacío.
Y ni siquiera tengo uñas.
Tu calor, es sólo tu calor.
¿Puedes detenerte?
¿Podrías detenerte?
El calor, ahora es amargo.
No mata, sólo me consume
no golpea, a estas alturas, me acaricia.
Es algo que no asesina.
Sólo lleva al suicidio
No quiero caer todavía,
por favor no me lleves.
El calor,
podría soportarlo.
¡No!, es mentira.
Calor. Detente.
Por favor, sólo detente.


Tenías razón, podrías dominarme.
Me rindo, pero sólo detente.

Ahora no importa. Suspiro.
Es tarde. Me hiciste caer.
Y el calor, ese calor.
Sólo quería que lo detuvieras.


El paraíso de las paredes caídas.

          Es verdad. Todo está por caerse y es que el tiempo corroe, la naturaleza cala profundo y la vida desgasta. Se podría decir que tuvo una vida bastante buena, se podría, como cual loco conversa con un árbol, se podría decirle a esta suerte de lugar que tuvo una vida (valga la ironía) “movidita”. No creo que lo sepa, tampoco lo sabrá, no existe esa suerte de loco para esta situación. No lo supo, tal vez porque no son nada más que cuatro melancólicas paredes y un piso bastardo. Sin techo, eso nunca, porque el cielo es innegable, y el aire libre, el cáliz de adictiva falsa libertad.
           Una murallita que da hacia la calle, se encarga de espiar a lo jovencitos que tomados de la mano exploran los primeros albores de una especie de amor, ellos, por su parte parecen demasiado convencidos de que eso que sienten es amor. Esos ojos, ese brillo. ¿Se puede ver ese brillo si no es amor? Pero la murallita está rígida, sólo mira en una dirección: al frente. Seguramente no mide más de 1,50 metros de altura, por 0,40 de espesor, con rejas que alguna vez fueron blancas. La oxidación, fenómeno natural, dijo presente; ahora es una suerte de matices que se balancean entre el blanco y cobre. La cara que mira hacia afuera es salmón, prolija, normal, quieta, aburrida, perfecta. Es lo mismo. De adentro puedes ver de acuerdo a como mires. Las paredes están descascaradas, caídas de a pedazos uniformes, desprolijos, impredecibles, perfectos. Es lo mismo.
          Es igual para todas las demás murallitas, todas perfectas, aburridas por fuera; todas irregulares, todas perfectas por dentro. Montañas de humedad, materializadas en color negro, creo que es humedad. Montañas que nunca terminan, pintaron toda la pared. Suben y bajan. Se superponen y se alejan. No se separan por más de 0,20 centímetros. Por abajo todo es blanco, el revoque está caído, se amontona de a pequeñas cantidades de manera casi simétrica; parece que el viejo juega. Creo que se cree pintor. Pinta montañitas por aquí, luego las borra y las lleva para allá. Parece que las va a dejar justo bajo las rejas blancas. Parece mal, en una decisión de último momento las llevó hacia la pared trasera. Ahí las dejará, puesto que parece cansado de construir y reconstruir, deja las montañitas contra esa pared más hacia la derecha que hacia la izquierda.
         La pared escondida, esa que se esconde de los jóvenes enamorados, porque conoce los daños que puede llegar a causar el amor. Ella ya no vigila, ahora se dedica a escuchar. Ella a veces sólo mira a las personas de adentro, las mira desde arriba, desde su posición lateral, de patio interno. Un plano bastante bueno si sólo pretendes escuchar. Está ahí arriba. Ella sabe a qué hora se levantan, cuantas veces al día necesitamos una bocanada de aire fresco, ella sabe quien barre, quien lava, quien se tira bajo el sol y quien se siente solo. Todo por ser la murallita que mira hacia adentro. No es diferente al resto, salvo porque la abrupta escalera la interrumpe justo cuando está a punto de terminarse.
         La penosa escalera que la interrumpe de manera matemáticamente perpendicular, de escalones escasos pero altos, también corroídos por el tiempo, vividos por la vida y calados por la naturaleza.
          El monumental tanque de agua caliente no se despega de la murallita que sólo escucha. No ofrece resistencia a la apariencia común del presente paraíso, se diferencia por su normal altura. Insipiente sobre las demás murallitas.
          Por último queda lo improvisto, esa paisaje literalmente vivo, que a veces está y que a veces no. Generalmente vienen de noche, traídos por las montañas de humedad engañosas, por el paisaje camaleónico de irregularidades regulares. Sus porquerías están acumuladas en un rincón, en el que está más próximo a la murallita de que mira hacia los enamorados, en la esquina derecha, justo en ese rincón. Gatos. Vagabundos gatos. Van y vuelven, gatos.
         No hay techo, nunca lo ha habido, nunca lo habrá. Es imperdonable sólo la idea.
        El paraíso no es nada más que un pedazo de mi corazón materializado en descascaradas paredes que perecen perfectas, sobrias y comunes por fuera, indomables y raras por dentro. Existen, si se lo están preguntando. Existe. Es un lugar estáticamente loco. Extrañamente tranquilo. Emocionantemente liberador. Está ensima de mi cabeza todo el tiempo, sólo una continuación de la casa. Un techo, que a su vez, es un piso bastardo.